El último baile de Megan Rapinoe

El Mundial será el último gran torneo de una Megan Rapinoe que ha levantado pasiones y que ha llevado su lucha por los derechos sociales más allá del terreno de juego
Irreverente. Antagonista. Rebelde sin causa. Así es Megan Rapinoe. Una jugadora que ha traspasado las fronteras del deporte, y que ha convertido el fútbol en un altavoz. Sin pelos en la lengua, capaz de desafiar al presidente de Estados Unidos, y siempre solidaria con las causas sociales. Especialmente para erigirse referente con las comunidades más marginadas en un país donde sigue imperando la supremacía blanca. Unas veces tan impulsiva y otras tan carismática, Megan Rapinoe ha repartido a lo largo de su carrera rechazo y simpatía por partes iguales. Dos Mundiales, el oro olímpico y hasta un Balón de Oro. Y es que en el césped lo ha conseguido prácticamente todo, pero el legado de Megan va más allá de patear el balón. Ahora, empieza su último baile.
Siempre con el pelo teñido. De rubio platino, pasando por el rosa, hasta el azul celeste. Incluso Alexia parece haber tomado testigo con su cambio de ‘look’. Pero para Megan Rapinoe ya es un estilo de vida. Cuando en 2016 decidió protagonizar una imagen que daría la vuelta por todo el territorio yankee, la californiana aún no sabía todo lo que estaba por venir. Cinco años antes ya quiso dejar un legado haciendo pública su homosexualidad. De hecho fue la primera futbolista de la Selección de Estados Unidos en hacerlo, y eso que no era la única. No obstante, ese octubre de 2016, cuando sonaba el himno nacional, Rapinoe hincó la rodilla, siguiendo el ejemplo de Colin Kaepernick, jugador de fútbol americano, apoyando de esta forma al creciente movimiento del ‘Black Lives Matter’.

Las críticas se sucedieron, pero Megan hizo caso omiso, y de nuevo, en dos amistosos internacionales decidió volver a arrodillarse. Una postura pública que le provocó ser apartada por la seleccionadora Jill Ellis. “Cuanto más te posiciones por los demás, más fácil será posicionarte por ti misma”, así lo define ella en su autobiografia “One Life”. Estas palabras representan a una futbolista comprometida y consciente. Que quiere luchar y dar voz, y que ahora llega a su cuarto Mundial para volver a cantar el “Born in the USA” de Bruce Springsteen tal y como ya hizo en 2011 cuando marcó su primer gol mundialista.
Porque Megan Rapinoe ya es un símbolo. Al igual que su compañera Alex Morgan. Pero la dimensión es muy distinta. La carrera de Megan no ha dejado el balón a un lado en ningún momento. Si fuera así no estaría en la lista de Estados Unidos a sus 38 años. Lo que la hace diferente es su lucha por la justicia y la igualdad. Abandera el movimiento desde el césped, y aunque a nivel futbolístico se la ha sobrevalorado en varias ocasiones, especialmente después de ese año 2019 donde la consecución del Mundial la llevó a la cúspide, su liderazgo es latente. No portará el brazalete de capitana, pero sabemos que eso no es necesario para comandar a un combinado con hambre y que busca defender el título.
Han pasado cuatro años desde que Megan retó a Donald Trump y decidió no presentarse a la Casa Blanca. También han pasado cuatro años desde ese penalti que abría la lata y que acabó dando un nuevo Mundial a Estados Unidos. El tiempo es caprichoso, pero ahí sigue Rapinoe. Un rol más secundario cuando se trata de jugar, pero será la primera en la lista cuando se trate de hablar. Para unos siempre será una villana, más centrada en lo extrafutbolístico que en lo que sucede sobre el verde, pero precisamente estos cuatro años han servido para agrandar su figura.
Quizá nunca tendrá una réplica de la estatua de la libertad, pero a ella eso le da igual con tal de representar lo justo los valores de su país. Ese mismo que viola los derechos de un colectivo que sigue agitado y que en tierras oceánicas tratará de defender de alguna forma. “Siempre he pensado que cuando tienes el más mínimo poder o dispones de espacios o de capacidad de control, debes compartirlos. No creo que sea necesario contar con una gran plataforma para ello. Puede consistir en algo tan simple como rechazar un comentario intolerante cuando no se forma parte del colectivo que está siendo atacado”. Esta es su seña de identidad. Y con este legado dejará una larga carrera para seguir con la lucha fuera del campo.
Imágenes de Getty Images.